En el discurso contemporáneo sobre el bienestar, la nutrición y el deporte, se presentan frecuentemente como pilares de la salud mental soluciones individuales al malestar y al estrés cotidiano.
Sin embargo, esta narrativa, aparentemente neutral, oculta una realidad más compleja y segmentada. Lejos de ser herramientas universales de liberación, el acceso a una alimentación sana y a una práctica deportiva significativa está profundamente determinado por la posición social.
Este ensayo busca desentrañar cómo las estructuras socioeconómicas convierten estos potenciales aliados de la salud mental en fuentes de desigualdad, estigma y control, invitando a una reflexión crítica sobre la necesidad de un enfoque colectivo y socialmente consciente.
Desigualdad alimentaria: cómo la nutrición está condicionada por el contexto socioeconómico
La capacidad de una persona para alimentarse de manera nutritiva no es una simple cuestión de voluntad o conocimiento. Es, ante todo, un reflejo de su realidad material. Mientras que, para algunos, elegir alimentos frescos y variados es una rutina accesible, para una gran parte de la población esta posibilidad se ve severamente limitada por la falta de supermercados cercanos con opciones saludables, la abundancia de tiendas que solo ofrecen productos ultraprocesados, los horarios laborales exhaustivos y la asfixia económica que obliga a priorizar la cantidad sobre la calidad.
El sistema alimentario industrial, orientado hacia el beneficio económico de sus dueños y no de la población, inunda los mercados de productos baratos y poco nutritivos, creando una doble carga para las clases menos favorecidas: la malnutrición por exceso y la carencia de bienestar psíquico.
La preocupación constante por cubrir los gastos básicos del hogar y la incapacidad de proporcionar una alimentación considerada “saludable” a la familia son factores de estrés crónico que la simple recomendación de “comer mejor” no solo no resuelve, sino que puede agravar, al añadir una capa más de culpa y frustración individual.
Esta dinámica se intensifica en el ámbito sanitario, donde el estigma hacia los cuerpos que se desvían de la norma es palpable. Los relatos de personas con obesidad en consultorios médicos revelan un patrón de desvalorización, donde sus preocupaciones son reducidas únicamente a su peso y su carácter moral es cuestionado. La salud mental de estas personas se resiente no solo por la discriminación social, sino por la violencia simbólica ejercida en el propio espacio clínico.
Salud mental y estigma: el peso de los cuerpos en el sistema sanitario
Muchos profesionales de la nutrición, bajo la bandera de una supuesta “búsqueda de la salud”, terminan denigrando el cuerpo del paciente y reforzando la idea de que la gordura es un problema moral más que de salud. Este abordaje parte de un sesgo de peso y no de una preocupación genuina sustentada en evidencia científica. Se medicaliza el cuerpo, pero se ignora el sufrimiento psíquico que produce la exclusión y el trato deshumanizante.
Este enfoque, que coloca toda la responsabilidad en el individuo, funciona como un mecanismo de control social que exonera al sistema de su papel en la creación de entornos obesogénicos y deshumanizantes.
De manera paralela, el mundo del deporte y la actividad física no escapa a esta lógica. Su potencial para mejorar la calidad de vida y fomentar la cohesión social es innegable, pero su implementación concreta está atravesada por las mismas divisiones de clase.
El acceso a instalaciones adecuadas, el tiempo libre para practicar y la posibilidad de participar en actividades no centradas en el rendimiento o la estética son privilegios distribuidos de manera desigual.
Para los jóvenes, por ejemplo, se observa que los deportes de equipo, a menudo más accesibles y centrados en la cooperación, pueden actuar como un factor protector. En cambio, los deportes individuales, frecuentemente asociados a culturas de la delgadez y el rendimiento extremo, muestran una correlación mayor con trastornos de la conducta alimentaria y una imagen corporal negativa. El deporte, entonces, puede convertirse en otra arena donde se disciplinan los cuerpos para ajustarse a un ideal inalcanzable, generando presión, malestar y frustración por encajar en estereotipos de cuerpos en lugar de cumplir con su promesa de bienestar.
La salud mental, en este contexto, no puede entenderse como un estado aislado. Es el resultado de una ecología social. La inseguridad alimentaria, la precariedad laboral, la falta de espacios de esparcimiento seguros y la constante presión por alcanzar ideales corporales inasequibles son factores que corroen el bienestar psíquico desde sus cimientos.
Recomendar ejercicio y dieta para la salud mental, sin abordar estas condiciones estructurales, es como intentar curar una herida infectada con una curita. Es un paliativo que puede servir a unos pocos, pero que para la mayoría resulta insuficiente e incluso contraproducente, al reforzar la narrativa de que su malestar es un fracaso personal.
La relación entre nutrición, deporte y salud mental no es una ecuación simple, sino un espejo de las contradicciones de nuestra organización social. Lejos de ser un camino universal hacia el bienestar, este binomio puede actuar como un amplificador de las desigualdades existentes, estigmatizando a los más vulnerables y enmascarando las causas profundas del sufrimiento psíquico.
Bienestar más allá del gimnasio: factores sociales que determinan la salud mental
La verdadera promoción de la salud mental exige, por tanto, un cambio de mirada. No basta con educar a los individuos; es imperativo transformar los entornos que los enferman. Esto implica luchar por sistemas alimentarios justos, ciudades con espacios verdes y deportivos accesibles, y una atención sanitaria que combata el estigma y abrace la diversidad corporal.
Como sociedad, la reflexión urgente es esta: no podremos tener salud mental individual en un sistema que prioriza el beneficio económico sobre el bienestar colectivo.
La cura, quizás, no esté en el gimnasio o en el plato de salmón y espárragos, sino en la construcción de un mundo más justo, donde la posibilidad de estar bien no sea un lujo, sino un derecho garantizado para todos.Este horizonte de justicia también exige cuestionar cómo la nutrición ha sido colonizada por enfoques eurocéntricos que elevan a modelos como la dieta mediterránea a paradigma universal de salud, ignorando otras tradiciones alimentarias igualmente ricas y científicamente validadas.
Bajo esta lógica, los alimentos y prácticas locales — desde el maíz, los frijoles, chile, aguacate, cacao, hasta las formas comunitarias de comer y compartir— han sido históricamente relegados a un lugar secundario, vistos como “inferiores” frente a estándares importados.
Hacia un enfoque colectivo y justo del deporte, la nutrición y la salud mental
Reivindicar la salud en contextos como el mexicano no puede reducirse a imitar patrones foráneos, sino que pasa por reconocer el valor nutricional, cultural y simbólico de nuestras propias raíces. Descolonizar la nutrición significa resistir la homogeneización impuesta por modelos globales y recuperar la memoria alimentaria como un recurso de bienestar y dignidad.
En ese sentido, la lucha por la salud mental y física no es solo biomédica, sino también cultural y política: se trata de defender la soberanía de nuestros cuerpos y de nuestras mesas.
Mtro. Edgar Agustín Sánchez Maldonado
Docente INSUCE
Licenciado en Nutrición por la Universidad del Noreste y estudiante de la Maestría en Innovación Educativa en la Universidad Pedagógica Nacional.
Desde 2017 se ha desempeñado como docente universitario en INSUCE, impartiendo clases, asesorando tesinas y desarrollando materiales académicos digitales. Ha colaborado como conferencista y consultor nutricional en instituciones como el Tecnológico de Monterrey Campus Tampico, abordando temas de nutrición clínica, deportiva y comunitaria. Su trayectoria se fortalece con la participación en congresos y cursos nacionales e internacionales, así como con el dominio del inglés y plataformas digitales, lo que respalda su interés en vincular la nutrición con la educación y la innovación pedagógica.
Referencias:
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